lunes, 23 de julio de 2012

COSAS DE LA VIDA

“Soy todo lo que soy gracias a mi trabajo en las calles”
Ella es prostituta y decidió serlo sin pistola en la sien de por medio. No niega que este haya sido un camino fácil pero tampoco oculta las satisfacciones que le ha brindado. Hoy ya no ejerce ‘la vida alegre’, como dirían algunos pacatos. Hoy lidera una organización que reivindica los derechos de sus compañeras. Sus cuatro hijos la acompañan en el reto.
Totalmente libre. Ángela ya no ejerce la prostitución pero vela por los derechos de sus colegas.
Por Eliana Fry García-Pacheco
Nombre: Ángela Villón BustamanteEdad: 45 añosProfesión: Trabajadora sexual
     No puedo lanzar la primera piedra. No estoy libre de pecado. Por el contrario, estoy llena de prejuicios. Ángela lo intuía. Sin embargo, su cordialidad fue un abrazo de osa. Fue cuando descubrí que detrás del maquillaje y la coquetería innata, Ángela tenía los ojos vivos pero duros, desconfiados. Y profundos. Profundos como todo lo que conversamos. Como su experiencia. Como su vida.
Sociedad pública cerrada
     “Mi cuerpo no es exclusividad de mi marido, no es exclusividad de la iglesia, ni de la sociedad”. Así de tajante y clara es ella. Está dispuesta a romper tabúes y cuenta con fuerte botín de argumentos para conseguirlo. “Mi trabajo no significa que yo venda mis idea religiosas, mis principios, ni mi ética. Eso no está en venta. Tampoco mi cuerpo porque sino andaría amputada. Yo no ofrezco mi pie ni un pedazo de vagina. Yo vendo la fantasía, el erotismo, y eso no me exime ser la persona que soy”. Imposible refutarle. Pero Ángela acepta que no todas las trabajadoras sexuales están en la misma capacidad de desenvolvimiento ni poseen la seguridad e integridad que haya se ha forjado a través de sus cuatro décadas de vida.
     Afirma que la sociedad es demasiado inmadura. Y el Estado también. Es por ello que se indigna, levanta la voz y gesticula con exaltación cuando los partidos políticos enarbolan la bandera de la exterminación de la prostitución como su principal arma electoral. “Exterminar es una palabra muy fuerte. Se extermina a las plagas, no a las personas”, dice Ángela, rogando un poco de sentido común, pues asegura que en el país, la prostitución no es un delito mas sí lo son el proxenetismo, la explotación sexual y la trata de personas.
     La impaciencia vuelve a escena cuando le pedimos su opinión sobre la creación de una zona rosa. ¿Su respuesta? ¡Agárrate Catalina! “La zona rosa es excluyente, es como un gueto. Dime tú, si ésta llegase a forjarse, ¿quién va a cobrar los impuestos?, ¿quién va a ser el gran proxeneta estatal? Y si yo no puedo tranzar mis derechos laborales porque mi trabajo no está reconocido ¿no estaríamos hablando entonces de explotación sexual? Hablemos de una zona rosa el día que pueda negociar de igual a igual porque, al final de cuentas, la empresa hasta la puedo poner yo”.
“Mi universidad ha sido la calle”
     Diecisiete primaveras cumplía Ángela cuando se inicio en el ‘oficio’. ¿Necesidad? “La necesidad la tenemos todas. Yo era madre adolescente y no tenía cómo cubrir mis necesidades”, cuenta Ángela mientras me explica que, socialmente, lo más fácil para ella fue victimizarse en un principio. Y es que sus 17 primaveras más parecieron gélidos inviernos: vivió en un ambiente donde se reprimía a las mujeres constantemente. Por ello decidió buscarse un marido de pantalla para justificar de dónde venía el dinero. “Él fue una carga más para mí pero cumplía su rol. Yo llevaba una doble vida. Tenía que fingir que trabajaba en el casino, que cuidaba viejitos –incluso salía con mi uniforme-. Era desgastante”.
     Hasta que un día decidió aceptarse. Fue donde sus padres y, sin más, se los contó. “Ese día mi vida cambió 360 grados”. Su madre nunca la juzgó ni la rechazó pero su padre jamás volvió a dirigirle la palabra. “Pero lo perdono porque fue criado con preceptos difíciles de romper”. Sus ojos brillan. No quiere llorar, de eso estoy segura, pero la nostalgia invade la oficina donde conversamos.
Sensibilizando a las autoridades
     Hace siete años Ángela tuvo que darle otra vuelta de tuerca a su vida para ver nacer a “Miluska, vida y dignidad”, una asociación de trabajadoras sexuales que buscan combatir la violencia y reconocer como una profesión el trabajo sexual. “Hoy estamos tras una propuesta de ley pues tiene que haber un ordenamiento y debemos recibir los mismos derecho laborales que cualquiera. Cuando se consiga eso daremos el siguiente paso que es la profesionalización del sexo. El sexo aporta mucho al desarrollo psicológico e integral de las personas y de las parejas”. Le creo. Aunque aún dudo si quisiera tenerla sentada en mi cama entre mi novio y yo, en plena terapia sexual. La prefiero como consejera telefónica.
     “He sido limpiadora de hogares, he vendido papas en el mercado, he sido cachinera, ¿qué no he sido? Y el trabajo sexual es lo que escogí como proyecto de vida y es lo que más satisfacciones me ha dado. Es un trabajo como cualquiera y me ha ayudado a sacar adelante a mi familia. Mis hijos dicen que son lo que son gracias a que su madre los ha querido tanto que ha sido capaz de poner el cuerpo adelante por ellos”. Estoy convencida que ningún plan de educación sexual del Ministerio de Salud o de Educación podrá enseñarme lo que Ángela me enseñó esa tarde.
Así pienso yo:
¿Qué es el cuerpo?
Es mi caparazón, es lo que abraza mi ser. Yo decido sobre él, nadie lo puede tocar. Lo amo y lo cuido por eso.
¿Qué es la felicidad?
Es el logro de mis objetivos y metas; es mi realización. Me siento feliz y realizada en mi trabajo, en mi rol de madre, en mi rol de mujer. Cuando mi hijo me dice “mamá, te quiero”, soy feliz.
¿Qué es la vida?
Es un don preciado que hay que saber aprovechar. Es un instrumento que te da la fuerza para aportar en el crecimiento, en la cultura de tu país, para poder influenciar en la masa y provocar cambios.
¿Qué es la ética?
Es un principio básico que rige mi vida que me dice qué está bien y qué está mal para así decidir lo mejor

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