lunes, 7 de noviembre de 2011

MALTRATO A LA MUJER

Popularmente asumimos un conjunto de características como el prototípico de las mujeres maltratadas: pueden tener cualquier edad, tienden a estar casadas y, en muchos casos, con hijos menores a su cargo, presentan un nivel cultural bajo, desempeñan labores de ama de casa o trabajos poco cualificados, cuentan con un apoyo social bajo y dependen económicamente de sus parejas.
Pero este perfil, que todos tenemos tan bien interiorizado, realmente responde al de las mujeres que presentan denuncias por maltrato y acuden a los centros asistenciales, habitualmente gratuitos y dependientes del ayuntamiento.
De hecho, existe un grupo amplio e indeterminado de mujeres de niveles culturales y económicos más altos, con un espectro mayor de contactos sociales, que son también víctimas de maltrato doméstico y no denuncian. Mujeres sometidas que buscan en la separación y en el divorcio una salida a sus problemas, ocultan lo ocurrido frente a sus allegados y muchas veces, salen adelante tras buscar ayuda en las consultas de psicólogos privados. Mujeres con dolorosos historiales que no quedan registrados.
Lo que sí tienen todas en común es un curso evolutivo de la violencia familiar muy similar:
-          Un noviazgo, habitualmente agradable, con un hombre que esconde su inmadurez afectiva y su déficit de autoestima, tras formas y maneras adecuadas.
-          Pero con el desarrollo de la convivencia suele hacerse evidente su “oculta” debilidad. Con una profunda dificultad para establecer relaciones de intimidad, escasas habilidades de comunicación y de solución de problemas, tiende a inhibir sus sentimientos y no está preparado para hacer frente a las frustraciones de la vida cotidiana. Dependiente emocional, aísla a su pareja de sus contactos afectivos, pues los vive como amenazantes. Incapaz de asumir su cuota de responsabilidad sobre los problemas diarios, la culpa a ella de sus desdichas, legitimando así su pérdida de control. El maltrato se inicia sutilmente con episodios de celos, insultos, recriminaciones, que van seguidos de periodos de remordimiento en los que él encuentra modos para convencerla de su afecto, jurando que nunca volverá a suceder y ella, enamorada, perdona. Pero los periodos de “luna de miel” cada vez son más cortos e infrecuentes y los episodios de “explosión” más agudos y violentos, traspasando paulatinamente la delicada línea entre el maltrato psicológico y el físico. La mujer vejada y degradada  va perdiendo su autoestima, se desestructura su personalidad previa, el miedo y la indefensión presiden ahora su vida, impidiéndola reaccionar, salir adelante, defender su propia vida y la de sus hijos. Cuando por fin lo hace, ha soportado un historial de dolor de unos 10 años de duración y ésta es su última apuesta, muchas veces: “a vida o muerte”.
No se trata, pues, como erróneamente creemos, de que existan algunas mujeres: débiles y de escasa autoestima, más proclives a ser victimas de la violencia doméstica. La realidad es más cruel, puesto que cualquier mujer, con independencia de su personalidad previa, de su capacidad de autogestión y de su estatus socio- económico, que no se percate del sutil juego psicológico del agresor, puede acabar convirtiéndose en  víctima de maltrato.
Si bien es cierto que ciertas características de personalidad como: baja autoestima, asertividad deficiente y una escasa capacidad de iniciativa, facilitan la cronificación del problema y la adopción de conductas de sumisión, no existe un perfil específico de mujeres víctimas de maltrato, en beneficio de otras que declaran convencidas frases como“yo nunca me dejaría tocar”. ¡Si, como yo eres mujer, el maltrato nos compete a todas¡.
La habituación al maltrato crónico no preserva a la víctima de sus repercusiones emocionales negativas. Pues otro factor que tienen estas mujeres en común es la aparición de síntomas psicológicos de inusitada intensidad que constituyen una variante del trastorno por estrés postraumático.
Estos síntomas, expuestos a continuación, son las secuelas de las vejaciones continuas sufridas en el hogar y no las manifestaciones de un desequilibrio previo:
-          Ansiedad extrema, fruto de una situación de amenaza incontrolable a la vida
-          Depresión, pérdida de autoestima, apatía, sentimientos de culpabilidad e indefensión….que son producto de la incapacidad para predecir y controlar la violencia dirigida a la víctima.
-          Aislamiento social que refuerza la dependencia emocional del hombre y su dominio sobre la mujer.
-          Pensamientos obsesivos en torno a la situación de maltrato.
-          Pesadillas recurrentes.
-          Trastornos del sueño.
-          Dificultades de concentración.
-          Trastornos psicosomáticos: dolores de cabeza, pérdida del apetito…
Los mismos que aparecen como consecuencia de ser víctimas de cualquier tipo de delito. La diferencia estriba en que el desarrollo de un trastorno por estrés postraumático, consecuencia de un acto delictivo cualquiera, afecta al 25% de las víctimas, mientras que, en el caso del maltrato doméstico, el porcentaje asciende a casi un 60%.
En ni experiencia clínica, he acompañado a mujeres extraordinarias, desoladas por la experimentación de estos síntomas, tras años de haberse alejado del agresor.
En homenaje a ellas y a su valor, escribo esta nueva serie de artículos, esta vez sobre maltrato

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