sábado, 20 de agosto de 2011

LA IMPORTANCIA DE ESCUCHAR


Es muy difícil, hoy en día, encontrar buenos escuchadores. Gente que realmente escuche a los demás, les preste atención, intente comprenderlos y demuestre todo eso con sus gestos y sus palabras.

Buenos escuchadores. Esos con los que da gusto hablar y entrar en confianza. Personas con verdadera intención de dialogar, de conocer a otros y conectarse con ellos, de enriquecerse mutuamente con sus ideas y puntos de vista.

Individuos que, sólo por cómo escuchan, demuestran apertura y respeto. Que ofrecen al que habla una realimentación adecuada, verbal y no verbal. Que se centran en el hablante (y no en sí mismos), que se interesan en lo que dice (y no en cómo lo dice), que intentan comprender al otro (y no juzgarlo).


Escuchar mal

Lo que abundan, por el contrario, son los malos escuchadores. Los desatentos, los desinteresados, los defensivos, los impacientes, los hostiles, los que nos escuchan y luego siguen hablando como si no lo hubieran hecho.

Gente que realiza una escucha vacía, cercana a la incomunicación, ya sea por su extrema pasividad o por una excesiva concentración en las propias ideas y la propia vida.

Aquellos con los que casi siempre resulta frustrante conversar, porque parece no interesarles lo que les decimos, porque sólo nos escuchan para luego repetir "su cassette", porque se impacientan, porque nos juzgan, porque son insensibles a lo que nos está pasando, etc.


No escuchar: un verdadero problema

La capacidad de escuchar es una competencia fundamental para el éxito de cualquier acción comunicativa. Y, paradójicamente, es la que menos se enseña en los ámbitos educativos formales, siempre más centrados en la emisión de mensajes (cómo hablar y escribir) que en la recepción (cómo escuchar).

En su libro La primera impresión, Janet Elsea ubica al modo de escuchar como una de las cuatro claves que definen el éxito o el fracaso de un comunicador, al mismo nivel que el aspecto del hablante, su forma de hablar y lo que dice.

Tan importante es la habilidad de escuchar que, en un primer encuentro con alguien, puede definir si damos una primera impresión favorable o desfavorable.

"Podemos tener un buen aspecto, buena voz e incluso decir las cosas que mejor vienen al caso, y aun así arruinarlo todo por no escuchar, o por escuchar de manera inadecuada", sostiene Elsea.


Aprender a escuchar

La buena noticia es que, al igual que otras habilidades comunicativas, la capacidad de escuchar puede desarrollarse. Sólo basta asumir el problema, decidirse a combatirlo y ejercitar la buena escucha en la vida cotidiana.

Por si resulta de ayuda, estos son típicos síntomas del mal escuchador:
  • Retroalimentación pasiva o deficiente. Asentir con frases genéricas (ya veo, claro, y sí...), sonidos varios (ajá, mmm), gestos o respuestas incoherentes que sólo demuestran la poca atención prestada.
  • Atención al entorno. Mirar frecuentemente lo que pasa alrededor, o consultar el reloj con frecuencia; demuestra al hablante que uno está en busca de algo o alguien más interesante.
  • Posturas corporales cerradas y defensivas. Por ejemplo, cruzar los brazos o colocar las manos en las caderas, con los hombros hacia atrás.
  • Facilidad para aburrirse o distraerse. En especial, si la persona que habla no tiene mucho poder o no es muy atractiva.
  • Facilidad para impacientarse e interrumpir.
  • Atención a la forma en perjuicio del contenido, y viceversa. Concentrarse en cómo el otro dice las cosas, a un punto tal que se registra deficientemente lo dicho. O, contrariamente, prestar atención sólo a lo que la persona dice, sin preocuparse por el tipo de mensaje que está intentando emitir.
  • Elaboración constante de respuestas. Escuchar a medias, por estar demasiado ocupado en planear la respuesta, o con ansiedad por emitirla.
  • Escucha evaluativa. Comparar constantemente lo dicho por el otro con el propio pensamiento y reaccionar negativamente en caso de discrepancia.
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¿Te considerás un buen escuchador? ¿Qué cosas te hacen pensar que no te están escuchando?

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