sábado, 25 de junio de 2011

MISCELANEAS CULTURALES



Creo haberme referido ya en el blog, bien en algún “post” previo, bien en algún comentario de respuesta, a la excelsa política de ciclos dedicados a directores y actores por parte de TVE hace sus buenos “tropecientos” años en la centuria anterior. Entonces, no sólo había una programación generosa en títulos, sino que también se emitían muchos de ellos en impecables versiones originales subtituladas en castellano: ¡eran otros tiempos, ciertamente!.
Pues bien, uno de aquellos estupendos ciclos me permitió conocer y disfrutar de la filmografía (no demasiado extensa) del gran Preston Sturges, cineasta nacido en Chicago, en 1898, y fallecido en New York, en 1959, que desarrolló una amplia carrera de escritor (teatro, radio, prensa) y guionista en Hollywood que le permitió dar el gran salto a la dirección. Sería precisamente el gran éxito obtenido por el filme de Mitchell Leisen Recuerdo de una noche (1940), basado en uno de sus guiones más brillantes, el que le abriría las puertas de la Paramount para realizar su primera película: El gran McGinty (1940), convirtiéndose en auténtico pionero para otros rutilantes guionistas también pasados a la dirección como Billy Wilder, John Huston o Joseph L. Mankiewicz.
En el mentado ciclo televisivo se emitiría la citada ópera prima y también sus grandes películas de los primeros cuarenta: Los viajes de Sullivan (1941); Un marido rico (1942) y esta desopilante comedia, entre romántica y tontiloca que nos permite gozar de sendas excelsas interpretaciones tanto de una guapísima Barbara Stanwyck como de un sorprendentemente “cómico” Henry Fonda, mucho más cuando acababa de dar vida al rebelde Tom Joad de Las uvas de la ira (1940) o, un año antes, al joven Lincoln en el célebre biopic sobre el gran presidente norteamericano dirigido también por el genial John ford.

Esta deliciosa farsa de estafadores (soberbio Charles Coburn como redomado tahúr) redimidos por el amor se abre con unos títulos de crédito originales y simpáticos en los que una serpiente animada (es decir, dibujada), tocada con sombrero de copa, nos baila una marchosa rumba (al más puro estilo de Carmen Miranda, pero sin sombrero de frutas) mientras se acompaña de maraca con la cola y, sin perder la sonrisa, nos invita a caer en esta tentación arrebatadora del gran Sturges.
Como siempre en sus películas, las escenas cumplirán rendido tributo al goce, a la risa, al pasarlo bien. Tanto con su característica facundia enrevesada, que tanto posibilita el lucimiento de sus queridos actores de reparto de la “casa” (William Demarest, Eric Blore, Robert Greig, Jimmy Conlin, Al Bridge…), como con situaciones ridículas en donde las habituales y grotescas caídas (el sufrido Fonda bordará todas ellas con insospechada eficacia de payaso) nos provocarán la carcajada sin el menor esfuerzo. Sarcasmo, parodia, humor, sin ahorrar ironías asilvestradas ni moderar lo más mínimo un tronado histrionismo verdaderamente salvaje (estoy pensando en, para mí, su obra maestra: la citada Un marido rico). Y siempre con un ritmo enloquecido que no le impide caer, por momentos, en arritmias e irregularidades de realización y/o montaje (la última parte de la película sufre, lamentablemente, de alguna que otra atropellada secuencia o escena en exceso delirante).
Pero todo cumple con rigor y exactitud el logro de la máxima del cineasta: la pura diversión. Y si para ello unos timadores deben arrojar de sí las cartas marcadas o conformarse con el cobro de un cheque necesitado de plancha para su reintegro; un experto ofidiólogo tiene que abandonar el aburrido mundo del laboratorio por la cubierta de un barco a la luz de la luna (el auténtico despacho de una mujer para Sturges) o, en definitiva, una encantadora y taimada jugadora de naipes se reconvierta en aristócrata británica de deslumbrante verborrea y suntuosos trajes (diseñados por la maravillosa Edith Head) …Todo será como un homenaje, un himno al amor, aunque, eso sí, con ciertas disonancias caballunas procedentes del paródico “padrinazgo” de un entremetido equino. Una gozada la de esta septuagenaria Lady Eve, tan fresca y lozana como cuando se estrenó.
Por cierto que un anecdotario muy atractivo sobre las circunstancias de la realización del filme y sobre cómo Sturges escribió el guión pensando desde el principio en Stanwyck para el personaje principal, se puede leer en la recomendable biografía a ella dedicada de Axel Madsen (Laertes, 1996, original de 1994), un libro que no sólo agradecerán los fans de la gran actriz de Juan Nadie (1941), Bola de fuego (1941) o Perdición (1944), sino también los cinéfilos en general, a pesar del exceso de cotilleo “corazonesco”.
NB: la película está editada en dvd en España por la distribuidora Sherlock.

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