viernes, 7 de enero de 2011

LA TIERRA DORADA

Bárbara Wood lo hace de nuevo. “La tierra dorada”, su vigésimo segunda novela, agarra por los lados más raros, valiéndose eso sí del nunca superado recurso de las telenovelas, que es el mismo de Scherezade, la que se libró de la muerte dejando metido al sultán con sus historias durante mil y una noches.

Saber contar cuentos, de modo que cada capítulo tenga una presentación un desarrollo y un punto culmine que te deja con el alma en un hilo y te obliga a seguir leyendo, es un arte muy fino.

En el caso de “La tierra dorada” cada uno de los capítulos se engarza con el siguiente, ligados por la fuerza de sus protagonistas Hannah Conroy y Neal Scott. Matrona ella y fotógrafo naturalista él, coinciden en un viaje en barco durísimo, de varios meses y lleno de aventuras, a mediados del siglo XIX. El Caprica se dirige desde Londres a Australia, un país nuevo y lleno de posibilidades para los que buscan participar de su colonización y florecimiento.

Hannah y Neal son jóvenes y hermosos, llenos de ideales, pero con sus dolores y fracturas y sus particulares y legítimas ambiciones profesionales. Naturalmente, era qué no, se enamoran, pero –como en una buena novela rosa- hay circunstancias y dificultades que los separan.

Aquí es donde Bárbara se parece a la difunta Corín Tellado, que tantas satisfacciones ha deparado a decenas de generaciones de lectoras en busca de romance.

El agregado o el plus de la autora inglesa criada en California es que le aporta contexto cultural a la mera historia de amor. En el caso de “La tierra dorada” hay material para los interesados en los procesos de colonización (muy en onda gracias a “El sueño del celta”, si bien la novela de Vargas Llosa se desarrolla en la colonia belga del Congo), en las culturas aborígenes australianas, en la integración laboral o profesional de la mujer, en el desarrollo de la fotografía, en el tratamiento y prevención de las enfermedades y, lo que más me gustó a mí, en el descubrimiento del porqué se morían tantas mujeres a causa de la septicemia que solía matar a las mujeres durante el parto, la famosa fiebre puerperal.

Aquí me reencontré con un viejo amigo de mis cursos universitarios de metodología de la investigación, el médico húngaro Ignacio Felipe Semmelweis. Nunca pensé que Semmelweis fuera tan popular que terminaría apareciendo en un best seller romántico de la nunca bien ponderada Bárbara Wood, a quien como  ya les comenté en un mail anterior, hace años me tocó presentar en la Feria Internacional del Libro de Santiago.

Allí fue donde descubrí que Wood es en el mundo editorial lo más parecido a un rockstar en el de la música. Y se justifica. Lean “La tierra dorada”. Lo pasarán chancho.

Como otra idea asociada, la novela también me recordó la megaproducción cinematográfica Australia, con dos bellos hijos del país de los canguros: Nicole Kidman y Hugh Jackman.

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