domingo, 14 de marzo de 2010

Maravillas del mundo


PIRÁMIDE DE KEOPS

Cuando Keops, faraón de la IV dinastía, en el año 2640 antes de Jesucristo, ordenó la erección de una tumba que por su altura y majestad debía ocultar el sol, se destinaron para ello 100.000 esclavos que trabajaron durante 20 años. Eran negros, hebreos y berberiscos hermanados por los mismos sufrimientos. Juntos compartieron el escaso alimento, derramaron su sangre bajo el mismo látigo de los guardianes y murieron por las mismas fatigas. Para que nadie pudiera conocer la entrada de la celda sepulcral, a la terminación de la obra los sobrevivientes fueron ejecutados.
Durante esos 20 años, Egipto conoció privaciones y miserias. Se cerraron los templos, se redujeron las ceremonias religiosas, se aplicaron fuertes impuestos y se ordenó a los hombres libres ayudar a los esclavos. Dos millones trescientos mil bloques calcáreos de dos toneladas y media de peso cada uno, fueron levantados uno encima de otro hasta 147 metros de altura.
Para cumplir esa enorme tarea se disponía de escasas y elementales maquinarias: los mineros utilizaban cuñas de madera mojada que, clavadas en la piedra, la quebraban al dilatarse; los transportadores acarreaban los bloques a lo largo del Nilo sobre enormes balsas, y luego sobre trineos hasta la meseta de Al Gizah, recorriendo una ruta que había costado diez años de trabajo.
Los esclavos encargados de la pirámide levantaban los bloques de una a otra grada, más con la fuerza de sus brazos que con la rudimentarias grúas formadas con troncos de árboles, las únicas conocidas.
Cinco mil años pasaron desde entonces. La pirámide de Keops, única sobreviviente de las siete obras que los antiguos llamaron "maravillas del mundo", queda, casi intacta, como grandioso testimonio de una civilización desaparecida.


LOS JARDINES COLGANTES DE BABILONIA

Cuando Nabucodonosor, rey de Caldea, casó con Clarisa, hija del rey de los medos, decidió ofrecer a su amada un jardín que, por la originalidad de su estructura y la variedad de sus flores, fuese digno de la nueva reina.
Audaz era el proyecto concebido por los arquitectos de Babilonia. Sobre un área de 19.600 metros cuadrados levantaron una serie de terrazas de piedra sostenidas por amplias arcadas de 6 metros de largo, de manera que, visto desde abajo, el jardín suspendido pareciese una alta escalinata rebosante de flores. Debajo de las arcadas se ocultaban amplios aposentos resplandecientes de adornos, para que los soberanos pudiesen descansar allí.
A fin de que no faltara nunca el agua se dispuso un genial sistema de irrigación que terminaba en la última terraza, en una fuente que manaba incesantemente. Poco o nada queda de Babilonia y de sus jardines colgantes. Pero los escasos vestigios descubiertos gracias a la paciencia de los arqueólogos, atestiguan la verdad sobre las descripciones de los escritores antiguos.



LA TUMBA DE MAUSOLO EN HALICARNASO


Frente al mar, en las cercanías de Halicarnaso, capital de Caria en Asia Menor, se erguía aún, 1.100 años después Jesucristo, una tumba magnífica por sus mármoles, esculturas, sus decorados policromos y su altura imponente.
Cuando, después de un reinado feliz, se extinguió en el año 353 antes de Jesucristo, la vida de Mausolo, rey de Caria, la reina Artemisa. su esposa, decidió hacerle construir una tumba que inmortalizara su recuerdo, dirigiéndose para ello a los más ilustres artistas de Grecia.
Los arquitectos Satiro y Picteas, los escultores Escopas, Timoteo, Briasides y Leocardis acudieron al llamado. Galeras cargadas con mármoles llegaron del Dodecaneso, y los esclavos, como asimismo hombres libres impulsados por la gratitud a honrar la memoria del rey se dedicaron a la construcción de ese monumento fúnebre.
Artemisa, cuyo dolor la volvía cada día más débil y pálida, presintiendo que no sobreviviría por mucho tiempo a la pérdida de su esposo, animaba con su presencia a los trabajadores y los incitaba a apresurarse. Murió. en efecto dos años más tarde, y su pueblo quiso que reposara junto a aquél a que tanto había amado.
Por largo tiempo nadie se atrevió a turbar su sueño. Pero. después de 18 siglos. cuando Halicarnaso ya no existía. los merodeadores cruzaron los umbrales del sepulcro, lo depojaron de sus mármoles preciosos y se apoderaron de los tesoros que la gratitud del pueblo de Caria había ofrecido a sus soberanos en un postrer acto de homenaje y devoción. Desde entonces, todo sepulcro suntuoso se llamó "mausoleo".




EL TEMPLO DE DIANA EN ÉFESO


Donde hoy se levanta la aldea turca de Aia Soluk, practicábase antaño el culto de Diana, diosa de la fecundidad.El templo de Éfeso que le estaba consagrado fue destruido y reconstruido varias veces, siempre con magnificencia. Se hablaba en toda Asia de los tesoros que atestaban sus galerías subterráneas, como también de su belleza arquitectónica debida al genio de Quersifión y Metagenes, y de las esculturas que lo adornaban y cuyos autores eran Escopas y Praxíteles. Esta maravilla no impresionaba por sus dimensiones como la pirámide de Keops, pero la armonía de sus proporciones hacía de ella una auténtica joya del arte griego.
En el año 356 antes de Jesucristo, durante una calurosa noche de verano, un mendigo demente llamado Eróstrato, incendió el edificio.La ciudad entera dormía, y no fue posible impedir que las llamas destruyeran a este monumento incomparable, ni salvar las incalculables riquezas allí acumuladas. Unos años más tarde, el templo resurgió nuevamente, en base al mismo plano. Ciento veintisiete columnas jónicas de 18 metros de alto rodeaban la celda donde se alzaba la estatua de la diosa y, entre ellas, 36 ricamente esculpidas en la base fueron donadas por Creso, rey de Lidia Estaban coronadas por un amplio frontón triangular, también esculpido. En el interior, los frescos de Apeles llenaban de asombro a los visitantes por la belleza y habilidad del dibujo. Terminado en el año 323 antes de Jesucristo el nuevo templo, fue semidestruído por las liordas odas entre los aos 260 y 268 de nuestra era.Más tarde, los portadores de Aia Soluk, incapaces de captar su belleza, utilizaron las piedras para construir sus viviendas




ESTATUA DE JUPlTER OLÍMPICO


Desde el año 668 antes de Jesucristo hasta el año 393 de la era cristiana tenían lugar, cada cuatro años, juegos que constituían la más importante de las fiestas nacionales griegas. Toda Grecia se reunía en Élide, comarca de la Grecia Antigua. El nombre de Olimpia no designaba una ciudad, sino más bien una reunión de templos y de monumentos públicos, erigidos con motivo de esos juegos. Entre esos templos, el más hermoso era el de la Júpiter. en cuya nave se elevaba la estatua de¡ dios, obras de Fidias. Los vencedores, entre los aplausos del pueblo, eran coronados en el templo, a los pies de dicha estatua, cuyos 20 metros de altura se alzaban imponentes, mostrando a Júpiter sentado en el trono, con la imagen de la Victoria, toda de oro macizo, en la mano derecha. Sahumerios especiales habían conferido a la estatua de marfil el color de la piel humana. Las vestimentas que le ceñían la cintura y llegaban hasta los pies, eran también de oro puro.
Cuéntase que, al terminar su obra, Fidias se arrojó a los pies de la estatua suplicando a Júpiter le concediera una señal de aprobación. De repente, en el cielo sereno, se desató un rayo que llenó el templo con su resplandor enceguecedor y fue a caer a los pies del artista. Era la respuesta del dios.




EL COLOSO DE RODAS

Para celebrar un triunfo muy importante, la ciudad decide elevar un monumento memorable a Helios, dios del sol, en el puerto. Dirige las obras Cares de Lindos, discípulo de Lisipo. La estatua va creciendo, primero el armazón de hierro y sobre él las placas de bronce. Finalmente, cuando la estatua se termina mide nada menos que 32 metros de altura. Su fama atraerá a viajeros de todo el mundo antiguo para verlo. Con el Coloso llegaron a ser cinco las maravillas del mundo que se alzaban sobre la faz de la tierra, número que no fué superado sino que fué decreciendo. Cincuenta y seis años después de su construcción, en el 223 a. de C., un terremoto derribó al Coloso. Los habitantes de Rodas, siguiendo el consejo de un oráculo, decidieron dejar yacer sus restos donde cayeron. En el año 672 de la era cristiana, cuando los árabes invadieron Rodas, la sombra de un cuerpo gigantesco sumergido en las aguas los llenó de estupor.
El coloso de Rodas, enorme estatua de bronce que se había erguido a la entrada del puerto, yacía desde 800 años atrás en el fondo marino, cubierto de algas y moluscos, quebradas las piernas y el rostro hundido en el cieno.
Chares de Lindos y Laches habían sido los arquitectos. Después de 12 años de trabajo que la tarea se había iniciado en el año 292 a. de J. C., Chares se suicidó acosado por el temor de no lograr jamás la estabilidad de la estatua. Laches concluyó la obra, que insumió sumas fabulosas. Se necesitaron más de trescientas toneladas de bronce. El interior de la estatua estaba rellenado de ladrillos hasta la cintura; la parte superior era hueca y encerraba una escalera que conducía hasta la torre del fuego colocado en la cabeza. Todas las noches los guardianes subían hasta la torre para encender las antorchas, que, trasluciendo por los ojos del coloso, servían de faro a los navegantes. Esta estatua, consagrada al Sol, tenía las piernas separadas, con los pies afirmados a cada lado de la entrada del puerto. El Coloso de Rodas fue derribado, 56 años después de su erección, por un terremoto y nadie se preocupó jamás por levantarlo de nuevo. Cuando, finalmente, los restos fueron retirados del mar, fue para utilizarlos en nuevas construcciones.




EL FARO DE ALEJANDRIA

El faro de Alejandría fue el único -de las siete maravillas del mundo antiguo - construido con una finalidad utilitaria. En el año 279 antes de Jesucristo, Ptolomeo Filadelfo encargó al arquitecto Sóstrates de Cnido la construcción de una torre en la isla de Faros, frente a Alejandría, para que sirviera de guía a los navegantes. Para que el edificio tuviera mayor solidez y mayor resistencia contra la fuerza corrosiva de las aguas, Sóstrates empleó para los cimientos bloques de vidrio, sobre los cuales erigió el resto de la construcción con bloques de mármol unidos por medio de plomo fundido. Bloques de mármol unidos con plomo fundido constituyeron el resto del edificio, de forma octogonal sobre una plataforma de base cuadrada, hasta alcanzar una altura de 134 metros.

Sobre la parte más alta se colocó un gran espejo metálico para que su luz no se confundiera con las estrellas. Durante el día reflejaba la luz del sol, y por la noche proyectaba la del fuego a una distancia de hasta cincuenta kilómetros. Sobre la parte más alta se colocó un gran espejo metálico para que su luz no se confundiera con las estrellas.

Durante el día reflejaba la luz del sol, y por la noche proyectaba la del fuego a una distancia de hasta cincuenta kilómetros. Un terremoto lo derribó en el siglo XIV, y ochocientos años después de su construcción, el califa Al Walid pasó a la historia tanto por su codicia como por su ingenuidad, al hacer derribar los restos del faro con la esperanza de encontrar bajo sus cimientos un inmenso tesoro escondido.

Sólido y resistente a las intemperies y a las devastaciones guerreras, el faro de Alejandría fue derribado en el siglo VII por la ávida credulidad del Califa Al Walid que ordenó su demolición en la seguridad de hallar un tesoro escondido en los cimientos de la torre.

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